No sé si alguna vez llegamos a hablar de lo que implicaba reconocer que lo que hasta entonces habíamos creído era una vida de complicación, en realidad, no era más que un ensayo sobre lo que vendría después. Ayer nos volvimos a ver, y tu complicación, tan similar a la mía, se refleja en ese cabello que, ahora ya, es de un plata indefinido. Tan indefinido como la distancia que siempre mantuvimos a modo de frontera. No eres un secreto; al revés ocurre lo mismo. No soy un secreto Nos despedimos con un gesto de la cabeza, tú a lo tuyo, yo a lo mío. Y en mitad de ese desierto que es la complicación, una gota de humedad nos devuelve la vida.
Me viene a la boca un «joder» que no quiero. Un «joder» que me deja exhausta porque lo empujo hacia dentro, hacia al fondo, hasta lo más hondo de mí, esperando que se disuelva, aunque lo más probable es que salga en forma de un horrible ardor de estómago, que lo haga más obstinado, más presente y mucho más traicionero.
Y te veo de nuevo, en un reflejo extraño que me recuerda lo efímero
que es todo y que no hay antiácidos suficientes para soportar que un día complicado
es un nubarrón inmenso que se clava en la boca del estómago hasta hacerte
desfallecer.